Alacrán
Por: Esteban Jesús Reyes Díaz
Por los campos de Cuba, hasta finales de los años 50, deambulaban miríadas de personas, en su mayoría pobres diablos, recorriendo el país en busca de mil cosas diferentes que podían ser empleos, comida, trapos para cubrir la desnudez de sus vergüenzas o unos chanclos con qué desandar infinitos senderos de piedras, polvo, fango, mazamorra y espinas. Los había pordioseros, vividores, “truchimanes”, adivinos más pobres que la miseria, pues nunca pudieron acertar el número de lotería que pregonaban cada semana, para salir de su pobreza y mil y una gentes más que parecían hormigas locas sin encontrar lo que buscaban. Abuela me contó sobre algunos de ellos.
“Había uno que le decían Alacrán, prieto como un trozo de carbón, viejo, y jorobado. Por eso le pusieron Alacrán, pienso yo. Andaba con un saco “pelú” al hombro, tan sucio y roto como el pordiosero. De verdad parecía un bicho de esos, feo a más no poder. Unos decían que en el saco traía la ropa que le regalaban, platos y cuanta cosa inservible encontraba en su interminable peregrinar. Otros, que allí se llevaba los niños, porque muchos lo acusaban de “ñáñigo” que son los que se roban infantes para hacer “trabajos de brujería” con ellos. No faltaron los que aseguraban un saco lleno con todo el dinero que había recogido durante su vida de mendigo, para salir de esa condición y perderse más rico que un Conde. Había quien decía que era jamaiquino, haitiano y no faltaba alguno que lo considerara un negro oriental prófugo de la justicia. Hablaba una jerigonza imposible de entender, dando pie a que muchos lo consideraran africano, rico príncipe en su tierra y limosnero en Cuba gracias a la esclavitud”.
“Llegaba un momento antes de la hora del almuerzo, saludaba correctamente y se sentaba en el quicio de la puerta, del cual nunca pasó a menos que se le invitara. Tampoco pedía nada, pues todos sabíamos de sobra las carencias del menesteroso. Ponía el saco bien cerca de él y esperaba pacientemente a que se le sirviera una fuente de comida. Entonces la engullía en un santiamén porque el pobre, pasaba más hambre que un perro a soga”.
“Cada cierto tiempo aparecía y después se esfumaba hasta volver de nuevo. Solamente iba a las casas que lo atendían como una persona, y a pesar de su triste condición de mendigo mantenía cierto orgullo en su mirada triste. A la nuestra siempre llegaba. Es mejor tener para dar y no tener que pedir. La comida, aunque no fuera buena, siempre la había y un plato de harina, leche vianda y frijoles, no nos faltaba, gracias a Dios y a los hombres de la casa que trabajaban como mulos. Muchos cristianos andaban regados por esos campos y en la casa la comida sobrante no se le echaba toda a los puercos. Así que cuando “Alacrán” u otro pordiosero llegaba, aunque fuera después de almuerzo, tenía la comida asegurada y por eso volvía el infeliz una y otra vez. Se le servía una “completa”, comía, descansaba y después se echaba su gran saco a la espalda. Todos le teníamos miedo por lo que se decía de él, ustedes eran muy chiquitos y como nadie sabía lo que estaba pensando hacer, no podíamos descuidarnos pues no falta el perro que muerde la mano de quien lo alimenta. Además, allí en “La Chucha” no había negros, pasaban pocos y como andaba eso de que el negro por un lado y el blanco por el suyo, se formaban creencias y ninguna buena, así que uno estaba como perro con pulgas cuando aparecía el negro Alacrán”..
“Las únicas personas de “color” que había por allí eran los Peralta y su piel era tan blanca como la de cualquier rubio. Fíjate que los pobres casi ni podían ir a una fiesta porque como las hacían de blancos y gente de color separados, cuando iban a una de blancos, no los dejaban entrar y a las de negros tampoco, así que ni a unas ni a otras. Dime tú que fatería esa de separar a las personas por el color de la pelleja. Sería mejor separarlas por el color del alma, que hay blancos con alma negra y negros con alma blanca”.
“Con “Alacrán” pasó un caso de risa. Ustedes no estaban acostumbrados a ver negros, les llamaba la atención que tuviera ese color y un día Nilo se le acerca al hombre, así, calladito, en puntillitas, le pasa el dedo por el brazo y mira la puntica para ver si tiznaba. Todos rieron con ganas, hasta el propio “Alacrán” por la ocurrencia del niño que tendría cuatro o cinco años nada más”.
“Un buen día “Alacrán” desapareció para siempre, por suerte, pero quedó su recuerdo como símbolo de una época triste y vergonzosa”.
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