El coche amarillo
Por: Bienvenido Corcho Tavío
Siendo aún muy pequeño, tenía yo que venir a la escuela solo desde donde vivía en las afueras de Mataguá. Antes los padres no sobreprotegían tanto a sus hijos, no porque no quisieran alejarlos del peligro, sino que no tenían tiempo de seguir tus pasos, empezabas a caminar y te enfrentabas al mundo. Desde la línea vieja de Cardoso, (que en mis tiempos ya no tenía línea alguna pero se le quedó el nombre pues enlazaba a Mataguá con el central San Cristóbal en Cardoso) y que era donde yo vivía hasta la escuela Paquito González había que caminar por veredas, luego atravesar la línea de ferrocarril, esa sí en pleno uso, y luego atravesar las calles para llegar a la escuela. Todo eso siendo de unos siete años.
Pero cuando yo divisaba la estación de ferrocarril me decía: ya estoy en Mataguá, y las distancias me parecían mucho más de lo que en realidad eran, a medida que fui creciendo me pareció más cerca el poblado. Luego atravesaba la línea, no sin antes comprobar no viniera el tren y luego y antes de llegar al andén estaba el coche amarillo que servía de vivienda a una familia.
Este coche donde vivía una familia estuvo muchos años en la estación de ferrocarril de Mataguá.
No recuerdo, como se llamaban, ni quienes eran, pero considero que fuera la casa de un empleado de los ferrocarriles. Los matagüences que sobrepasen los 60 años deben recordarlos.
Luego en nuestro trabajo de pesquizaje para el proyecto La Casa Grande, alguien nos hizo llegar una foto de ese coche-casa de color amarillo que estuvo mucho tiempo a un lado del andén, como un barco varado que nunca retornó al mar. Veía a los niños y las personas que allí vivían, pero no sé por qué razón de la mentalidad infantil, me parecía que era aquel coche-casa, un lugar muy misterioso, y que sus habitantes podían ser como gitanos o descendientes de piratas, a los que debía tenerse cuidado. Entonces pasaba con respeto por su lado y seguía para la escuela. Todos los días.
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