Yo soy una de las nietas de Ramoncito; hija de Aldo Marcelino Gonzalez (hijo de Ramon). Me decian alla Rochy. Vivo en Miami, Florida, U.S.A. Tuve la dicha de convivir con mis abuelos, Ramoncito y mi abuela Lucila. Me fui de Matagua en Octubre 28 del 1969 por la razon que ya todos conocemos. Unas de las anecdotas que recuerdo de mi abuelo fue asi: Vino una persona a pagarle por unos de los negocios ya terminados; mi abuelo con ropa sucia de trabajo abrio la puerta de la casa (usualmente lo hacia la senora de servicio). La persona pregunta que necesitaba ver a Ramoncito para entregarle una cantidad grade de dinero. Abuelo le dice pues soy yo. Esta persona al ver este personaje todo sucio, vestido de campo, le contesto -no por favor llame a la muchacha de servicio-, creo vino la muchacha y ella le dijo, -si, le puede entragar el dinero pues el es Ramoncito Gonzalez. Siempre humilde, daba empleo a muchos, y cuando llego la revolucion pedian paredon para el delante de su propia casa. Recuerdo le gritaban ofensas desde los camiones del ejercito, sucia estrategia de intimidacion muy clasica que usaban por todo el pueblo de Matagua. Yo estaba jugando en el portal de la casa y lo recuerdo todo muy bien. Mi madre salio y nos pidio que entraramos cerrando la puertas y ventanas rapidamente. Mi abuelo Ramon fue un hombre honesto que no le robo nada a nadie. Su fortuna fue hecha con su esfuerzo trabajando con sus manos de sol a sol. Yo lo recuerdo asi. Eso fue asi. Soy Rosalba una nieta de Ramoncito.
Ramón González: retrato de un excéntrico
Por: Bienvenido Corcho Tavío
La memoria de los pueblos se sustenta, no solo de los hechos y personajes heroicos o gloriosos. En el devenir de las relaciones sociales, los individuos asignan cierto significado simbólico a las situaciones y actitudes que marcan para ellos un referente —ya sea negativo o positivo— en la vida. De esta forma, lo común y trivial puede adquirir trascendencia. Es el caso de los personajes, grotescos, pintorescos o excéntricos que en toda colectividad, han existido. Recuérdese si no, al archiconocido Caballero de París o al legendario Alberto Yarini, ambos con un carisma que los hizo trascender y hasta quedar inmortalizados en varios estudios sociológicos y en numerosas obras de arte.
En Mataguá, pequeño asentamiento de nuestra provincia, Ramón González fue un individuo muy singular, a tal punto, que las anécdotas sobre este hombre se han transmitido de boca en boca, durante años, haciéndose leyenda. La atracción fundamental sobre la personalidad de Ramoncito —como le decían—, radica
en que, siendo uno de los más acaudalados de la zona, llevaba una vida de extrema sencillez.
Dicen que su afán ahorrativo le fue proporcionando poco a poco el capital necesario para hacerse de grandes extensiones de tierra en los alrededores, y calculando centavo a centavo se hizo de importantes negocios de ganado. Algunos dicen que llegó a ser millonario, otros, como su sobrina Matilde González (La Gallega), lo desmiente al referir que antes un millón era una cifra casi inalcanzable”. Pero este detalle no resulta tan significativo para caracterizarlo, como sí lo fue, su comportamiento social.
Dado siempre a la más absoluta restricción en los desembolsos y el más categórico rigor en los cobros, Ramoncito, era considerado por muchos como un hombre tacaño, tanto que rayaba en lo ridículo, y esta actitud, de aparentar la pobreza que no tenía, hizo que le ocurrieran incidentes, a veces grotescos, aunque también, se vio envuelto en situaciones difíciles, donde su apariencia humilde, le sirvió para salir ileso. He escogido para esta crónica, tres de las historias más representativas de la singular excentricidad de este hombre.
Algunas de las historias sobre Ramoncito, las han difundido sus propios familiares y conocidos, como lo fue su sobrina Matilde González.
Ramoncito González y el bandido Polo Vélez
Pudo suceder en un día cualquiera de la década de los cuarentas, cuando venía Ramoncito junto con Amado Llanes, su administrador y hombre de confianza, de una de sus fincas en las afueras de Mataguá, pero Llanes se había quedado rezagado para revisar algunas cercas que había mandado reparar su patrón.
Por aquellos días se comentaban los desafueros que, por la zona, cometía el bandido Polo Vélez quien tenía como justiciero proceder, amenazar y cobrarle fuertes rescates a los ricos y repartir luego el botín entre los pobres (al estilo Robin Hood en suelo cubano). Y de alguna forma se había enterado el bandolero que el tal Ramón González era poseedor de numerosas tierras y por tanto un buen candidato para exigirle una fuerte suma. Así, planificó el próximo golpe y llegado el día se apostó con algunos de sus secuaces a un lado del camino por donde debía pasar el flamante terrateniente. Permaneció durante algunas horas oculto en el follaje pero nada del ricachón.
Al fin, el asaltante vio venir un jamelgo tan deslucido como el hombre desgarbado y de mal talante que lo conducía, al paso. Debió imaginar Polo Vélez, que aquel era uno de los asalariados del terrateniente quien no aparecía por ninguna parte y cansado de esperar salió al camino.
—¿Ha visto usted a Ramón González, el dueño de estas tierras?
El desaliñado jinete miró a Polo con fría parsimonia y con un gesto del pulgar le contestó:
—Si cómo no, por allá atrás viene.
Picaron espuelas Polo Vélez y sus bandidos. Al rato se toparon con un hombre recio y de buen porte, montado sobre elegante rocín.
—Ramón González, yo soy Polo Vélez, vengo a apresarte en nombre de los pobres.
—Usted se equivoca paisano, el hombre que usted busca debe estar llegando a Mataguá. Yo sólo soy su administrador –le dijo Amado, sin prisa.
Montó en cólera el bandido pues se dio cuenta del engaño y ya era tarde para alcanzar al impostor. Así, gracias a su apariencia de campesino pobre, salvó su dinero, y tal vez la vida, el acaudalado Ramoncito González.
En la compra de ganado
Cuentan que un día Ramón González partió con su administrador Amado Llanes a efectuar una compra de ganado a una finca, allá por Cienfuegos, bien distante de Mataguá. Como era su costumbre, aún siendo millonario, Ramoncito no cuidaba su aspecto personal. Con el talante del más pobre de los pobres, montaba un jamelgo que de seguro le haría parecer al caballero de la triste figura.
Llegaron tarde a la finca del ganadero quien se deshizo en cumplidos y atenciones, dirigiéndose todo el tiempo hacia Amado quien era el encargado de escoger y valorar las reses. Como se aproximaba la noche, el anfitrión, hospitalario, los convenció para que se quedaran en su casa, pues no era prudente regresar a deshora. Aceptaron los compradores, pues en verdad, había sido una jornada agotadora y necesitaban reponer fuerzas para el regreso. Entrada la noche y llegado el momento de sentarse a comer, el ganadero le ofreció a Amado un puesto en la mesa, al lado suyo. Fue servido con esmero y en abundancia, por la servidumbre. De sobremesa, el ganadero le ofreció un oloroso habano y después se pusieron a conversar, para dar tiempo a la digestión. A la hora de dormir ordenó que le prepararan a Amado una habitación con la mejor cama, la que estaba vestida con limpias y olorosas sábanas.
Bien temprano se levantaron para rematar el negocio y a la hora de cerrar el contrato el vendedor llamó a Amado para efectuar las firmas, pero este, hombre de buen porte, pulcro y de correctos modales, le dijo:
—Perdone señor, pero yo no soy el dueño del negocio, yo solo soy el administrador, quien debe venir es Ramoncito, el hombre que me acompaña, él es mi patrón.
Y dicen que el ganadero no hallaba cómo disculparse con el hombre a quien apenas le había dirigido la palabra y que había mandado a comer y dormir en un varaentierra, fuera de la casa, como un simple peón.
Ramoncito y la reforma agraria
Una de las anécdotas más recientes de este singular personaje refiere que en las primeras semanas, posterior al triunfo revolucionario de 1959, vino a Mataguá el capitán Jesús Suárez Gallol, a explicar a los campesinos el espíritu y la letra de la recién estrenada Ley de la Reforma Agraria. Un numeroso grupo de los desposeídos de la tierra, y dirigentes agrarios fueron citados para escuchar las palabras del importante jefe guerrillero.
—De ahora en adelante la tierra será de quien la trabaje, —dijo el jefe con verdadero entusiasmo. La atención de los presentes fue general y a pesar de la emoción que los embargaba, un silencio prudente se esparció por la sala.
—Ningún trabajador de la tierra volverá a ser explotado por los latifundistas…, un murmullo de aprobación fue creciendo, muchos se quitaban el sombrero de guano y asentían, con el rostro definitivamente feliz, era la expresión de un sueño por fin alcanzado.
—Pronto serán entregados títulos de propiedad a los verdaderos dueños, a los que hasta ahora han sido vilipendiados y condenados a la miseria…, al fin irrumpió con devoción el aplauso por aquellas palabras que eran expresión de la justicia prometida por el máximo jefe del movimiento revolucionario.
Sucedió entonces que, por la calle pasaba en ese momento un hombre, al parecer muy humilde, por su indumentaria, y porque montaba también un animal tan desgarbado como su propia figura.
—Para hombres como ese, se va a hacer esta reforma agraria, decía Jesús, apuntando con el índice a través de la ventana, hombres como él se librarán definitivamente de la codicia de los latifundista y los terratenientes…y,…no pudo continuar pues se levantó una ola de desaprobación, los rostros manifestaban desagrado, el jefe no comprendía el rechazo tan inmediato a sus palabras, la algarabía de los campesinos había opacado su discurso. Asombrado por el rechazo unánime al ejemplo más demostrativo que pudo encontrar, sin saber en qué había fallado, indagó la causa de aquel desafuero a lo que uno de sus colaboradores le aclaró:
—Capitán, es que usted señaló a Ramón González, uno de los terratenientes más grandes de esta zona. Y dicen que tuvieron que explicarle otra vez, pues no comprendía cómo, un terrateniente tan renombrado, tuviera aquel aspecto de campesino pobre.
Tema: Ramón González: retrato de un excéntrico
Gonzalez
Fecha: 03.06.2017 | Autor: Albert
Muy intresante mi Abuelo era muy simple pero honorable. Me recuerdo el repartiendo leche en las horas de la mañana. Contra las órdenes de los communistas.